Los Gases de Efecto Invernadero (GEI) se encuentran situados en una zona relativamente baja de la atmósfera. Estos gases son ‘transparentes’ a la radiación proveniente del Sol, que alcanza la superficie de la Tierra calentándola. Como cualquier cuerpo caliente, el globo terráqueo emite radiación infrarroja (calor), y parte de este calor es atrapado por los Gases de Efecto Invernadero (GEI), evitando que escape hacia el espacio. A este fenómeno que permite regular la temperatura de la Tierra se le denomina efecto invernadero. Es algo natural e imprescindible para mantener la vida en este planeta tal y como la conocemos. De hecho, se estima que su temperatura media es de unos 15oC y, en caso de no contar con atmósfera, estaría en torno a los -18oC.

Sin embargo, diferentes actividades humanas emiten enormes cantidades de GEI a la atmósfera, por lo que su concentración se está incrementando. Esto supone un aumento en la capacidad que tiene de retener calor, y por lo tanto va subiendo la temperatura media del planeta, lo que está originando el cambio climático.

Los principales GEI son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O). El dióxido de carbono representa aproximadamente el 75% de las emisiones globales, y se genera con la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural), la destrucción de los bosques y los incendios forestales. El metano es un gas 21 veces más potente que el CO2, si bien su concentración en la atmósfera es mucho menor. Se produce principalmente en la descomposición de la materia orgánica en ausencia de oxígeno (como ocurre en los vertederos y en zonas pantanosas), así como en la digestión de los rumiantes. El óxido nitroso tiene un potencial de calentamiento 300 veces superior al CO2, y se emite con el uso de fertilizantes agrícolas nitrogenados, en algunas industrias y en la quema de combustibles en motores de combustión interna.

Fotografía. Fuente: Okan Caliskan en Pixabay